Viajes, detonadores y creencias.


Hoy escribo desde Bangkok. Voy a estar un mes viajando conmigo, conociendo el país y trabajando, pero más bien estando conmigo y viajando.

La primera vez que hice esto fue a Berlín en 2011, acababa de abrir mi primer negocio Espacio Dcollab, y aunque parecía arriesgado aproveché la oportunidad de irme todo junio a casa de la amiga de una amiga a cuidar a su perrita Vaca mientras ella no estaba, luego vino Senegal, otra vez Berlín, Nueva York, Barcelona, Lima, Melbourne, Bali y Hong Kong y alguna que puede no me acuerde ahora.

Estas tres últimas ciudades fueron juntas y el mes habitual se convirtió en tres, fue en 2017. Recalco este viaje porque es del que te vengo hablar hoy.

2016 fue un año clave en el inicio de mi recuperación, fue la primera vez desde que empecé a consumir drogas a los 14 años que pasaba más de 6 meses seguidos sin consumir sustancias ni beber gracias —creo— a la terapia de EMDR que estuve haciendo 6 meses antes trabajando mis resistentes consumos. Fue la primera vez que vi un cambio favorecedor bastante considerable.

Yo viajaba primero a Melbourne a casa de un amigo, un poco más que amigo he de decir, me aterraba la idea de decirle que yo no bebía en ese momento pensando que eso le podía molestar —ahora diría que le confrontaría demasiado con sus propios consumos—. Pasé muchas horas hablando con amigas, en terapia, con mi madre y conmigo misma de cómo iba a enfrentar ese encuentro.

Estaba convencida que iba a mantener mi sobriedad que tanto me había costado esos meses y la cual empezaba a saborear. Pero a los 10 minutos de entrar por la puerta de su casa recién aterrizada descorchamos la primera botella de champán y ni un sólo segundo de las incalculables horas que estuve planeando ese momento pasaron por mi cabeza, por supuesto nunca lo comenté con él.

Y bebí, bebí mucho, bebí casi todos los días del consecutivo mes. Por suerte en Australia las drogas suelen ser carísimas, malas y poco accesibles.

Esto se podía haber quedado ahí, algo común, cualquier persona me podría decir –como mucha veces ha pasado– que no sea tan exigente, que estoy de vacaciones, que luego todo vuelve a la normalidad en Madrid.

Todavía no canso de decir que puede que eso esté bien posiblemente para ti pero

para muchas personas en recuperación o con problemas de consumo en activo y de gestión de sus emociones esto puede desencadenar una recaída o grandes episodios de culpa y remordimiento.

O como en mi caso —además— volver a despertar el trastorno por atracón y vómito que apareció con 26 años mientras vivía en Londres y que parecía tenía controlado.

Y arruinar prácticamente los siguientes destinos de mi viaje a los que me hacía tan feliz ir, Bali y Hong kong, porque estaba completamente intoxicada y aunque no probé una sola gota de alcohol en el siguiente mes no podía parar de comer y comprar comida compulsivamente, gastando grandes cantidades de dinero para vomitarlo después en cualquier sitio que tuviera un wáter y que me dejaran entrar.

El mismo día que adelanté mi vuelo desde Hong Kong a Madrid entre lagrimas desgarradoras reservaba la primera cita de valoración en Instituto Centta, el centro clínico especializado en TCA al que acabé yendo 4 horas a la semana durante 7 meses y que felizmente ahora puedo decir que marcó un antes y un después en mi recuperación. A partir de ese tratamiento ya todo me ha ido llevando a donde estoy hoy, un largo camino de 5 años con muchas curvas pero con una única dirección, seguir manteniendo mi recuperación.

Hay 4 detonadores principales que ponen en alto riesgo la recuperación.

1. Estados mentales negativos, inseguridad, estrés, depresión.

2. Euforia, grandes acontecimientos y celebraciones.

3. Conflictos interpersonales y discusiones.

4. Presión del grupo y necesidad de pertenencia.

Y yo pasé por todos en mi primer intento de sobriedad viajando al otro lado del planeta conviviendo un mes con una persona -para mí- con problemas de alcohol que casi no conocía. Un suicidio en toda regla para un inicio de recuperación.

Este es el siguiente viaje significativo que hago después del mencionado, mentiría si no te contara que llevo semanas atendiendo conscientemente los miedos que despierta en mí. Conectar con mi soledad a veces no tan deseada a miles de kilometros de mi famosa zona de confort, con las creencias permisivas vs. restrictivas en mi caso principalmente con la comida y la tremenda dificultad que conlleva distinguirlas.

¿Qué es una creencia permisiva?

Las creencias permisivas suelen empezar con en las adictivas que son estructuras cognitivas generalmente rígidas y difíciles de modificar por la experiencia, centradas en buscar placer, aliviar problemas y escapar de emociones negativas. Seguidas de esa creencia adictiva, viene un craving, o deseo irrefrenable de consumir o realizar la conducta dependiente, y seguida del craving viene la creencia permisiva, no pasa nada, me lo merezco, estoy de vacaciones, no se va a enterar nadie, no afecta para nada en mi vida, sólo una vez, yo lo controlo.


Sé que nada tiene que ver la Noelia de hoy con la de hace cinco años, pero la reconozco igualmente porque sigue siendo mi niña herida sólo que cada vez más vista y reconocida por la Noelia adulta que soy hoy.

Necesitamos atención, afecto, aprecio y aceptación. El gran reto es poder ser amables con nosotros mismos.

Se abren muchas cosas que me gustaría seguir contándote, pero lo dejo para la parte dos de esta newsletter para que no sea demasiado larga.

Te contaré cómo me he preparado antes y qué cosas llevo conmigo para mantener mi recuperación y toda la reprogramación mental de todas creencias aprendidas que estoy poniendo en práctica.

Gracias por leer y acompañarme hasta aquí.

Un abrazo.

Anterior
Anterior

La maldición de la felicidad

Siguiente
Siguiente

¿Eres niño o niña adulto?